domingo, 4 de octubre de 2009

No swans, thank you!






Parece que lo que no consiguió un jefe atractivo, capaz de inspirar suspiros y transpiraciones que no entienden de márgenes generacionales, lo va lograr el intento de recuperar una audiencia para una serie que no levanta precisamente pasiones en su última temporada. El cambio de look de Betty is coming.

Todos aquellos que nos vanagloriamos (como si la gran empresa de producir esta serie fuera también cosa nuestra) de que Ugly Betty se desmarcase de sus predecesoras y nos presentase a una secretaria con una vida amorosa ajena al ajetreado historial amoroso de su jefe playboy y con sus pequeños y grandes triunfos en "Mode" sin la presión de tener que pasar más tarde o temprano por Garren Nueva York para un corte de pelo y unas ondas, estamos a punto de arrancarnos los ojos como si fuésemos una revisión cool y bien vestida de un Edipo ante la vorágine anulapersonalidades de Manhattan. La conversión de Betty a cisne se ha constituido, no como la dulce y largamente acariciada espera de las cartas de admisión de la universidades (en su versión cañí, el momento en que uno entra en la web de turno para comprobar si ha sido aceptado o no), sino más bien como la temible y largamente aplazada visita el dentista. En la primera espera nos regodeamos ante la desasosegante incertidumbre de si veremos cumplidos nuestros sueños de formación académica y a la postre independencia, lo que se acaba tornando en una sensación dulce; en el segundo caso, los miembros se nos agarrotan porque tenemos la certidumbre de que la intervención será a todas luces dolorosa.

Si los pronósticos y los deseos de la ABC de renovar la serie se basan únicamente en un simple proceso de embellecer a nuestra Betty, podrían acabar con lo que todavía hoy es el rasgo diferenciador de esta serie y, quizá, incluso su misma esencia. Si sus altas cabezas pensantes creen que hacer un peeling a su protagonista es similar a volver a dotar de frescura a la epidermis de sus guiones es que quizá se perdieron la clase de escritura creativa en la facultad por pedir hora en la peluquería aquel día. En este flagrante caso, el canto del cisne está desprovisto de cualquier lirismo: si el animal produce ese ronco sonido no es porque se esté haciendo justicia poética, sino porque lo están ahogando cruelmente en un baño de cera caliente.
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