lunes, 24 de mayo de 2010

Live together, die together.



Retomo este blog, sin saber por cuánto tiempo durará esta vez mi incursión, en medio de un vendaval de exámenes y trabajos finales para dedicarle un post a la que es presumiblemente la mejor serie de la década o incluso, quizá, la de la historia de la televisión, a tenor de su peso como revulsivo de Intenet y la dimensión estratosférica del fenómeno fan. No todo en la isla ha sido, no obstante, perfecto ni ha estado a la altura, y ésta es una obviedad que debe aceptarse como resultado natural de un producto desarrollado y macerado durante tan largo tiempo. Las incoherencias del guión, las deliberadas ambigüedades de esta última temporada, los flecos narrativos demasiado accesorios o un trasfondo mitológico hipertrofiado que ha dado bandazos en ocasiones no debería enturbiarnos la vista y transformarnos en un jurado severo e inflexible. No es todo esto, lo pretendidamente grande, lo que enaltece a Perdidos, sino sus aciertos más micros lo que la acercan a la excelsitud. Esto es el mimo constante a la evolución de los personajes; imágenes fugaces o escenas que quedarán grabadas en nuestra retina por mucho tiempo; o la profusión de lugares comunes en forma de referencias literarias o cinematográficas, símbolos autoreferenciales que se convierten en cálidos guiños. También hay otros grandes aciertos como unas localizaciones estupendamente fotografiadas, el brillante uso de flashbacks (y más tarde flashforwards y flashsideways) o una música y sonido cuidados al detalle.


El Finale, con todas sus veleidades e inconsistencias -y aquí empiezan los spoilers- ha sido un buen modo de cerrar la escotilla: que sus creadores hayan decidido dar el carpetazo definitivo a Perdidos nos apena sobremanera. Los sobrevivientes del vuelo Oceanic 815, destino Los Ángeles, cuyas vidas estaban marcadas por la soledad y la desdicha, ha encontrado finalmente un sentido que encauzase sus pasos. Los infelices pasajeros enmiendan su vida al dotarla de significado, tal y como atestiguan las reitaradas anagnórisis que se van produciendo en la otra realidad entre los personajes que contribuyeron en su búsqueda de la felicidad en la isla: por poner algún ejemplo, el encadenamiento de sucesos fatales en la isla y fuera de ella lleva a Kate a enamorarse de un buen hombre (Jack) y a vivir la gratificante experiencia de ser madre con Aaron (aunque sea temporalmente). De esta manera, las viejas heridas del pasado, sobre su violento padrastro y su poco amorosa madre, cicatrizarán, respectivamente, en esa isla que necesita tanto de ellos, como ellos de ese enigmático rincón del mundo. Otro tanto se podría decir del torturado Jack que se conciliará con su padre o el invisible de Hurley que conseguirá el valor suficiente para convertirse en alguien.


Todas las dudas sin resolver dentro de la mitología lostiana dejan de tener importancia y ocupan el lugar de segundón que le corresponden: ésta es una serie de personajes, no de grandes tramas o teorías filosóficas o místicas, aunque a menudo se sirva de ellos. Y, sin embargo, me apetece explorar, ni que sea brevemente, la última revelación del capítulo: la verdadera naturaleza de esa otra realidad, que no alternativa o paralela, como barruntábamos. Esa morada de almas (Jack, Locke, Kate, Sayid, Sun, Jin, Charlie, Claire, Juliet...) y ángeles (¿Hugo, Ben?), a modo de purgatorio, donde para poder acceder a la felicidad plena debes invertir parte de la premisa lostiana "Vivir juntos, morir solos". La idea de que en un espacio atemporal, Jack, como ya lo hicieron otros antes y después que él, sea arropado en el momento de su muerte y la transición a otra vida por los que compartieron la parte más importante de su vida, es, como mínimo, consoladora a efectos existenciales. Que su muerte en la isla, mientras observa como su vida se ha dotado de sentido, al contener la maldad (misión macro) y conseguir que su hermana se reuna con su sobrino (misión micro), esté velada, además, por Vicent, el perro de Walt, es un golpe certero para el conducto lagrimal del personal. Tener la certeza de que al final del camino te están esperando caras amables y familiares es el obsequio que Perdidos nos ha ofrecido como despedida.
.