Como a Malcom y a Jane, a mí también me gustan las bodas. Si contara todas aquellas bodas a las que he asistido, probablemente llegaría a un número muy cercano al de la película 27 Dresses. Sin embargo, mi vinculación y participación en ellas es notablemente menor que la de la protagonista de esta película. Con la única excepción de la boda de Marta y Manel, en la que fui el padrino (para ello, tuve que asesinar a varios capos rivales de la mafia barcelonesa). En mis manos cayeron varias gratas responsabilidades como comprar los ramos de la novia y las damas de honor, organizar la incursión en la casa de los novios para realizar las bromas dentro de ella o preparar el montaje fotográfico acerca de su historia de amor (algo que hice conjuntamente con la bloguera Elsie) para proyectarlo en el salón tras el pastel. En el resto de bodas, me he limitado a ser el mero espectador (siempre sin acompañante) parapetado entre la tía Maggie y la tía Lucy, soportando a veces conversaciones carentes de todo interés, en las que más de una vez dejaba como constancia mi cuerpo, pero dejaba volar mi imaginación lejos de esos manteles blancos de puntilla, los arreglos florales de las mesas y la nutrida cubertería con sus diferentes copas de cristal y el reincidente bollito nupcial. Sin embargo, como los protagonistas de esta historia, yo también tengo mis momentos preferidos en una boda. Aunque coincido con el que mencionan en la película (y que no desvelaré aquí), otros son los momentos previos a la salida de la novia del hogar paterno (sobre todo si lo hace arropada por toda la familia y bajo un arco de flores) y el más preferido de todos: al finalizar el banquete, el momento en que se pasean entre las mesas al ritmo de alguna canción significativo ramo o cualquier regalo u objeto simbólico en ristre para, una vez detenida la melodía, entregárselo a alguien (normalmente a alguna amiga o pareja casadera o algún familiar o amigo que cumple años ese día).
A pesar de cumplir a raja tabla cada uno de los clichés rosas del género, esta película de los creadores de Devil Wears Prada (otra película ambientada en Nueva York que me encanta –lo reconozco, siento debilidad por las historias de amor neoyorquinas, con bellas protagonistas sacudidas por la violenta marea urbana y paseando modelitos de haute couture, paseando por Central Park o por alguna avenida con la archivista bandejita con vasos de café o montando números musicales al más puro estilo My Best Friend’s Wedding-) es divertida en dosis regulares aunque sin arrebatos de genialidad. El que hayan fichado a Katherine Heigl le suma atractivo a una película que no tiene mayores pretensiones que el de hacer pasa el rato entre motivos nupciales y bellos rostros. ¡Y lo consigue! Podría enumerar varios momentos divertidos y voy a hacerlo: el del desfile de fotos de Heigl con los diferentes vestidos de dama de honor y los breves flash-backs, el momento Bar Coyote con el tema "Benny and the Jets" de Elton John, la frase al taxista ("Son 140 dólares y Ud. sabe por qué) o tras el gong ("Ahí fuera no hay ningún cartel que diga silencio").
A pesar de cumplir a raja tabla cada uno de los clichés rosas del género, esta película de los creadores de Devil Wears Prada (otra película ambientada en Nueva York que me encanta –lo reconozco, siento debilidad por las historias de amor neoyorquinas, con bellas protagonistas sacudidas por la violenta marea urbana y paseando modelitos de haute couture, paseando por Central Park o por alguna avenida con la archivista bandejita con vasos de café o montando números musicales al más puro estilo My Best Friend’s Wedding-) es divertida en dosis regulares aunque sin arrebatos de genialidad. El que hayan fichado a Katherine Heigl le suma atractivo a una película que no tiene mayores pretensiones que el de hacer pasa el rato entre motivos nupciales y bellos rostros. ¡Y lo consigue! Podría enumerar varios momentos divertidos y voy a hacerlo: el del desfile de fotos de Heigl con los diferentes vestidos de dama de honor y los breves flash-backs, el momento Bar Coyote con el tema "Benny and the Jets" de Elton John, la frase al taxista ("Son 140 dólares y Ud. sabe por qué) o tras el gong ("Ahí fuera no hay ningún cartel que diga silencio").
psd para los greynianos: Desconcierta algo que Heigl repita con la voz de Izzie y Marsden posea la del doctor Sheperd.
4 comentarios:
Pues fijate que a mi esta película no me llama nada, puede ser porque en la vida real tampoco me llaman nada las bodas e intento escaquearme de todas las posibles.
No lei el comentario porque me dijeron ayer que no estaba mal, e igual la veo. Ademas Izzie me cae bien :D
A mi también me encantan las bodas. :) Sobretodo en esas en las que se reúnen la familia al completo y acabas totalmente descamisado y bailando con la tía del pueblo. :P
Sobre la peli, pues quiero ir a verla, pero no sé cuando. Katherine Heigl me llama muuuuuchoooo.
"psd para los greynianos: Desconcierta algo que Heigl repita con la voz de Izzie y Marsden posea la del doctor Sheperd."
Urg, seguro que existen como 6 o 7 chistes con que responder a eso, pero Marsden me da tanta grimilla que ahora no se me ocurre ninguno :S
Por cierto, ¿soy yo o tengo spam en la cabeza?
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