- ¿Viajes espirituales? Es decir, que no fueron físicos... .-
pregunto buscando la corroboración de mi interlocutora.- Sí, Sor María Jesús de Ágreda viajó como misionera a América y, de allí, no volvió.- responde Melina, contribuyendo a la leyenda de esta religiosa aportando sus propios hechos inventados, pues a juzgar por la abulia con la que la gran mayoría de mis compañeros estadounidenses han asimilado las hazañas de esta pionera de los viajes astrales en el S. XVII, parece que nadie más entendió que ella NUNCA estuvo allí.
- Pero, ¿no ha dicho que no abandonó nunca el convento de la orden franciscana de Ágreda? Nunca dejó Soria. Vamos, que siempre vivió en España... ¿O es que hay otra Ágreda americana?- vuelvo a preguntar. ¿Soy el único que ha entendido lo que ha querido decir el profesor Antonio Torres? A estos yankis les daría igual si ahora mismo el señor Torres se transformara por arte de magia en Íker Jiménez. No demudarían el rostro. No es que sea materia de examen, pero estoy empezando a dudar de mi tímpano anacarado desde la zambullida de 1999. Eso, o estos chicos sólo hacen que cotorrear, imitar al pobre profesor y no enterarse de nada. Mi amiga Melina y Yolanda se desmarcan del resto y prestan la atención debida al profesor.
- Mucho se ha escrito sobre las apariciones de Sor María Jesús... -Melina gira su cabeza hacia mí, por fin parece haber captado la proyección misionera de esa mujer que fue capaz de predicar la palabra de Cristo a indígenas americanos sin la necesidad de pisar el continente. Melina pregunta al profesor.
- Profesor, no lo entiendo. ¿Quiere decir usted que nunca salió de la Península, que esos indígenas nunca vieron a la Sor María Jesús de carne y hueso...?
- Exacto. Eso recibe el nombre de bilocación.- En este momento, todo el mundo parece comprender que la religiosa es algo así como un superhéroe... Jean Grey o el profesor Charles Xavier...
- O como Sydney Bristow, para que te hagas un ejemplo de bilocación.- añado en un susurro para mí mismo.
(Si no has visto la serie, ¡posibles spoilers!)Efectivamente, Sydney Bristow tiene el don de la bilocación o, mejor dicho, multilocación. Repasemos: 1. Es una estudiante universitaria que saca tiempo para hacer un doctorado ¿en Historia? y, además, obtiene excelentes notas, 2. Trabaja para el SD-6, el cual le envía constantemente a cumplir misiones por la cuatro latitudes del planeta, 3. Sirve a la CIA como agente doble y, aunque la mayoría de veces sus servicios se reducen a una contramisión, otras, es enviada a realizar misiones específicas para este servicio de inteligencia (se debe tener en cuenta que en cada capítulo hace un mínimo de dos viajes por esos lares de Dios y, que en su mayoría, tiene que atravesar algún océano en avión, lo que se traduce en muchas horas de vuelo 4. Intenta mantener una humilde vida social (¡y menos mal que es humilde y que únicamente tiene dos buenos amigos, porque de lo contrario...!).
Siendo así, ¿cómo no iba a sentir admiración por un ser así? Una chica inteligente, bella y, además, bondadosa. Siempre tiene palabras dulces para sus amigos, nunca se lamenta de lo difícil de su situación y cuenta con una integridad a prueba de bombas. A ese desfile de pelucas, trajes
regionales, vestidos de
haute couture, licras desfallecedoras, disfraces de lo más variopintos, monos de trabajos y uniformes varios (ni el mismísimo Mortadello tenía un arsenal téxtil tan potente), hay que añadir sus dotes políglotas: francés, alemán, ruso, italiano, japonés, portugués, árabe (dominas varios dialectos) o hindi. Pero, mens sana in corpore sano... Sydney ha sido entrenada en defensa personal, tiene importantes nociones de karate, practica boxeo y, por si todo esto fuera poco, posee la agilidad y rápidez de una acróbata y la proeza atlética y flexibilidad de una gimnasta. Pero no se equivoquen, si después de alabar su inteligencia, creen que es carne de gimnasio sin la más mínima sensibilidad artística, es porque no le han oído cantar o no saben los conocimientos de literatura e historia que tiene. Y aún puede reunir más talentos: tiene altos conocimientos de informática, (como mínimo) vagos conocimientos de química (para crear explosivos al más puro estilo
Team A, pero con mucha más sofisticación....), de tecnología avanzada (¿sino como iba ella a desactivar bombas?) y básicos de medicina (para contrarrestar los efectos de un virus, para evitar paros cardiacos inyectando epinefrina en el corazón o para crear más artefactos explosivos). De acuerdo, entonces, ¿ya les ha quedado claro qué características guarda Sydney Bristow?, pues son las mismas (ni una menos, en cualquier caso un par más como la ironía, la fascinación por la conversación absurda, las frikadas de Lorelai) que debería tener mi concepción de chica ideal.
El dechado de virtudes que es Sydney es menos increible, resulta más comprensible, cuando conoces a Jack Bristow y, posteriormente, a Irina, su madre. Ambos inteligentes, persuasivos, decididos y poseedores de una sangre fría que hace tiritar, resultan tan atrayentes como su propio retoño. Si durante la primera temporada disfrutábamos de las estupendas misiones de Sydney en compañía de Dixon (con alguna excepción de Vaughn), la segunda temporada no podía ofrecernos nada mejor que esas escenas en que la triada Bristow tiene que luchar hombro con hombro para alcanzar sus objetivos. Unas escenas trepidantes, con música acorde con el escenario y acorde con ese ritmo trepidante de la acción que mencionaba, unos cliffhangers apetitosos que te dejan el alma en vilo, un alud de giros argumentales con consecuencia de embebicimiento y una galería de secundarios pintorescos, inteligentes y/o infames.
Sydney ha ascendido como la espuma hasta el altar de los mejores personajes de serie, se ha encontrado con Lore y Rory, han conversado, han bromeado y, luego, han decidido compartir ese honorable primer puesto, objeto de mi mayor atención y afecto.