ELEGY (domingo)
La nueva película de Isabel Coixet hace gala una vez más su distintivo sello, aunque en ocasiones echemos de menos su toque personal en el guión. No obstante, Elegy sobresale por la elocuencia de un discurso verbal comedido, donde a veces las palabras adquieren la altura de un texto poético en el que el silencio es tan importante como el mismo verso. Los diálogos entre el profesor y Consuela encuentran una magnífica correspondencia en la distinguida e intimista fotografía de la película. La ciudad de Nueva York se nos presenta como una completa desconocida a través del objetivo de la cámara de Coixet, quien escoge unos exteriores de una sugerencia estética que supera el mero targetismo postal, pues adquieren toda la significación del presente inmediato, del momento, del ahora. Su atenta mirada a una Penélope más bella que nunca funciona de filtro intensificador ante la ceguedad amorosa del personaje interpretado por Ben Kingsley. El actor británico en su gran alarde interpretativo como profesor sexagenario que vive la vida con la liviandad de un muchacho de veinte queda consumido en la presencia iridiscente de la cubana Consuela. Penélope Cruz se transforma en un bello animal al que la camara adora, como ya ocurrió con su espléndida Raimunda, demostrando que los títulos yanquis no hacen honor a su bon faire interpretativo. Con estos elementos en juego, no resulta tan extraño que Coixet, encerrada con los dos protagonistas y su técnico de cámara en el set, no pudiese evitar derramar unas lágrimas ante tal despliegue de belleza y dolor. Porque en esta película, belleza y dolor, vida y muerte juegan a ser una misma cosa. ¿Alguién ha conseguido penetrar jamás el espíritu de la bella Consuela? ¿Ha podido atravesar alguién la cárcel que constituye el cuerpo demasiado bello de la protagonista ? ¿Dónde existe hay belleza puede dar lugar también a dolor y tormento? ¿O son éstas ideas antitéticas incapaces de conciliarse? El tono elegíaco que sugiere el título atraviesa la película de Coixet quien una vez más ahonda en unos temas que ya nos son habituales en su obra. Las repetitivas cortinillas del plano de las manos tocando el piano; la voz en off del meditabundo protagonista que no sabemos si rememora o narra desde el presente; unos personajes excesivamente abstraídos en el devenir de sus vidas, resultan tan inquietantes como la misma presencia de la muerte, compañera infatigable de la obra de Coixet.
FUERA DE CARTA (viernes)
La opera prima de Nacho G. Velilla gusta, pero no conquista. Javier Cámara y Lola Dueñas se convierten en una versión cañí de Will & Grace, donde el restaurante chic de Chueca da tanto juego como el amplio apartamento de la pareja neoyorquina. Sin embargo, la película no tiene la frescura de A mi madre le gustan las mujeres. Abusa de unos clichés que, si bien funcionan y producen la carcajada del espectador común de Aída -entre los que me sumo-, no aportan nada nuevo. Sin embargo, no parece que sea esta la intención de su director por lo que uno puede relajarse y reíse con los chistes malos sobre mariquitas que pronuncia un incapacitado Luis Varela y no sentirse mal por ello. Chus Lampreave no suaviza la homofobia latente de su marido en la ficción y con su simpatía habitual pone de manifiesto la todavía creciente desinformación y confusión entorno a la cultura queer. Otro motivo habitual de todo producto ficcional gay: el homosexual armarizado, interpretado de forma bastante solvente por el chileno Benjamín Vicuña en la piel, curiosamente, de un futbolista argentino. Javier Cámara, aunque habrá quienes acusen cierta sobreactuación, se mete al público con un personaje egotista, malhumorado y algo plumífero -véase su genial papel en La mala educación-. Lola Dueñas, por su parte, una devorahombres hiperestésica y con muy poca suerte en el terreno amoroso, consigue sobrepasar las limitaciones del papel con su radiante simpatía y sus innegables dotes para la comedia tras dejar claro que también da la talla en papeles sobrios como el de Lola en Mar adentro. Fernando Tejero, sin embargo, aburre en una papel visto en otras ocasiones y finalemente nos sorprende la aparición de nuestra propia versión de Abigail Breslin encarnando a la hija pequeña del actor de Siete vidas. En conclusión, estamos ante una película sin pretensiones ni innovaciones en la que la corona de queer no queda claro si es para Dueñas o Cámara.
2 comentarios:
pos a mi la peli de Javier Cámara me gusto, sisisi, consiguió arrancarme unas cuantas carcajadas.
La otra no se si verla, me dijeron que era soporífera...
No sabía que la de Coixet te había gustado tanto.
A mí se me hizo un poco cansina y empiezo a aborrecer la siempre sobreactuación de Kingsley. Aunque debo reconocer que pocas veces se ha visto a Penélope tan guapa (incluso casi parece la edad que indica el guión ;) ).
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